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Texto: María Cristina Fernández Reséndiz

In memoriam A.F.M. Alberto Fernández Madrazo

“Con la esperanza de una nueva luz en mi sendero”, como él mismo describió en sus memorias, Alberto Fernández Madrazo dejó este mundo el pasado invierno de 2017 para llegar a uno mejor, ese mundo que describió en múltiples escritos, un lugar donde no hay espacio para el sufrimiento, ni para el sufridor.

Originario de Jesús Carranza, Veracruz, a muy corta edad emprendió el viaje a la Ciudad de México, su sueño era ser abogado de profesión, con mucho entusiasmo participaba en las clases de la licenciatura en Derecho, de la cual se graduó con honores años más tarde.


Contrajo matrimonio con María Cristina Reséndiz Pavón con quien tuvo cuatro hijos, Alberto, María Cristina, María Isabel y Jesús Jonathan. Desde muy pequeño desarrolló una pasión por leer y escribir, fue un hombre al que sus colegas se referían como sabio.

“Admirable, no desaprovechaba ni un solo momento que sirviera para aprender” comentó un catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México a la cual dedicó 30 años de servicio como docente y lo reconoció en 2009 con la medalla al mérito universitario.





Fue esa sorprendente sed de saber la que lo llevó a estudiar la maestría en Derecho Penal, la maestría en Filosofía y Letras y el doctorado en Derecho, en todos obtuvo mención honorífica y distinción académica.


Apasionado de la política mexicana soñaba con ser gobernador del estado de Veracruz, sabía que las riendas de un país requieren personas preparadas y capaces, es así que se consagró al estudio desde muy joven. En su paso por la máxima casa de estudios fue contemporáneo y amigo de muchos políticos de la época, entre ellos, Roberto Madrazo Pintado, Miguel de la Madrid y Guillermo López Portillo.







Ocupó algunos cargos en la función pública hasta que decepcionado de contrastar un mundo ideal al que se accedía a través del conocimiento con la realidad de un país atípico y surrealista, decide alejarse de la política, hasta hoy día colmada de mañas, vicios y mal sabores. Contribuyó de cualquier manera a mejorar este país, fueron encontradas sobre su escritorio iniciativas de ley dirigidas al Senado de la República que él escribió a petición de diputados y senadores, por ejemplo la ley para establecer la edad mínima de trabajo infantil, entre otras. Se concentró en leer, escribir y enseñar. Es así como participó en ediciones de diarios y revistas de circulación nacional y logró publicar varios libros sobre teoría del delito y criminología. Dejó un impresionante legado de conocimiento a todas las generaciones de abogados que formó durante 30 años, con sus libros, con su bagaje cultural pero sobretodo con su pensamiento crítico. Ese tipo de pensamiento que alcanzan los científicos, capaces de cuestionarse todo y apreciar la realidad de un modo distinto. Logró vivir apegado a sus ideales por convicción propia. El doctor Alberto no se parecía a nadie, fue un hombre auténtico que privilegió el saber por encima de cualquier cosa. Como buen estudiante de filosofía admiraba a los griegos y esa peculiar característica de “sabelotodos”. Analizó a través de ensayos el pensamiento griego. Platón siempre fue de sus favoritos. Le apasionaban las ideas de Nietzsche, se encuentran en su biblioteca muchas obras que se refieren al pensador alemán, uno de los más influyentes del siglo XIX, al que también dedicó hojas completas de análisis y discusión. Se describía cómo anacoreta y simpatizaba con el marxismo, múltiples obras de Karl Marx, Friedrich Engels, Hegel, Sartre, entre otros, filósofos, historiadores, y escritores universales se hayan replegándose en sus estantes. Aprendió cinco idiomas. En las últimas décadas de su vida escribió ensayos en inglés y alemán. Aunque se especializó en criminología, muchos fueron los temas que le interesaron desde derecho, filosofía, sociología, sicología, y física cuántica hasta metafísica. Fue un autodidacta nato.



Su obra literaria es inédita, una antología de cuentos y dos novelas.

Crimen es su novela póstuma que dedicó a su esposa y a sus cuatro hijos, y que seguramente será publicada después de su muerte como era su deseo y como expresó a sus hijas.

“Cuidado con lo mundano” sentencia al final de su cuento “El tahúr”, es quizás una de sus más grandes enseñanzas para los que nos quedamos aún.

La promesa de algo menos insustancial y más profundo, en un mundo que con insistencia nos persuade de estar cada vez más lejos de uno mismo. Vuela alto sofista y librepensador. El cielo explota de alegría al recibir un alma libre. Así brillas eternamente.





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