Desde los ocho años comencé a tener un mínimo de conciencia de lo que es el periodismo. Inocente y obediente al mandato de mi madre, aprendí a levantarme puntual a las 4:00 de la mañana para caminar a Pípila No. 4 para recibir de manos de Pepe Valencia los periódicos con la nota que los voceadores llamábamos “vendedora”, la que merecía mostrarse al cliente para más rápido acabarlos y llevar 10 pesos a la casa para la comida del día.
Pepe era el encargado de hacer circular el ahora desaparecido El Diario del Sur, la edición de 4 páginas propiedad del Lic. Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos que es el, los únicos medios que los acayuqueños y otros de municipios aledaños tenían para informarse. La radio XEVZ del empresario Raymundo Martínez Domínguez por esos tiempos ya también se escuchaba.
Mientras mi padre Adrián Medina Olaya se entendía y quebraba la cabeza con el constante fallar de las viejas máquinas del llamado sistema caliente, me gustaba saludar en el área de redacción a quien siempre tuvo una sonrisa, un gran reportero: Isidro Ibáñez Córdoba responsable de cerrar la edición.
Cuando ya rondaba los 10 años y había aprendido a manejar el linotipo, me nació la inquietud por escribir mi primera nota y el tema apareció: la calle Guerrero en el tramo entre Pípila y Plaza de Armas, estaba intransitable. Las profundas zanjas mostraban el “rancho grande” que alguna vez Gustavo González Godina describió, lastimando a los sensibles oriundos del Acayucan de ayer, pueblo que ya había alcanzado la categoría de ciudad pero que no contaba más que con el pavimento de las calles del primer cuadro y otras pequeñas vías como la Pípila, Plaza de Armas y la Constitución. Era pues, un lugar incómodo para vivir; polvoso en sus tiempos de calor y excesivamente lodoso en sus tiempos de lluvia, pero obvio, mucho menos malo que enterarse de las riñas y balaceras que provocaba uno que otro facineroso al amparo del cacique en turno.
Cuando el gran maestro Arturo Reyes Isidoro asumió la dirección de “el diario” y sintiéndome reportero por la primera nota que había escrito y había sido publicada allá por el año 1971, orgulloso me dirigí a su escritorio para pedirle me firmara una credencial que nunca me fue necesario mostrar a ningún funcionario pues a mí corta edad no entendía siquiera los rudimentos del oficio, sólo quería saberme importante, poderoso.
Cuando más tarde animado por la visión emprendedora de aquél gran amigo, director del entonces Cecyt No. 208, el Ing. Adolfo Revuelta Gómez, me hace imprimir el pequeño semanario Nuevo Tiempo, apoyándome en la lealtad de mi amigo de adolescencia Fernando Gutiérrez Reyes, de Jesús Ramírez Damián y como colaboradores la hoy galardonada y ya dos veces presidenta de la APAAC, Araceli Shimabuko Reséndiz y el dedicado Pedro San Juan Tolentino entre otros, mi padre me dice: “por qué tu intención de hacer un periódico si de eso no se vive económicamente con dignidad, mira cómo me fue a mí que estoy en la pobreza y enfermo de mis piernas al trabajar en el Diario y que no recibí un centavo de liquidación”.
Quería en su amor de progenitor alertarme, evitarme desvelos y el recorrido sinuoso del reportero y la redacción. “Dedícate a otra cosa” -Me decía-. “El periodismo no deja más que enfermedad y muerte, mira lo que le pasó al 'totolito' Juvencio Hernández Alfaro a quien cobardes lo acabaron a balazos en su casa mientras que en compañía de su amada esposa Elizabeth Córdova veía la televisión, seguramente porque en el número de publicación del semanario cercano al día de su muerte, había advertido que daría detalles de las fechorías de cierto líder regional ganadero”.
-Y me seguía diciendo para desanimarme: “Agustín Sainz Mayo murió diabético, ciego y con una pierna amputada, lo mismo le pasó a Carlos Guillén Tapia, murió en parecidas circunstancias sólo y sin honores. No había quien le ganara redactando, era muy rápido pensando y tecleando en la desvencijada máquina de escribir, hasta que la muerte se lo llevó por las alteraciones del azúcar y también amputado de una pierna”.
Pero uno es terco, no experimenta en cabeza ajena, Yayo Gutiérrez padre alguna vez escribió; “este oficio con su olor a tinta se mete en la sangre, se llega a amar y no se puede dejar”. Y fue notario, diputado, magistrado, presidente del PRI, pero dejó esta vida siendo periodista; inspirador para muchos que hoy lo recordamos como un gran maestro. La avenida principal de la Col. Los Periodistas lleva su nombre para orgullo de quienes leíamos su tan prestigiada columna “La Política”.
Algunos recordarán a Ana María Cárpenter de Iglesias con su columna social “Comidilla”, al célebre Román Quiñones con “Terraza”. Al jocoso maestro Alfredo Celis del Ángel Champson con sus tan interesantes escritos narrativos de los problemas de la vida diaria protegiéndose tras sus creativos seudónimos como: Chicuil o Aquíles Toco.
Cómo olvidar la nota en verso del sabio comerciante Modesto Peña Jara, la versatilidad y sentimiento de una de las mejores plumas acayuqueñas en la ilustre y siempre recordada Eva López Róbinson. Recordamos el dicho bien acuñado entre los compañeros cuando saludábamos a su “flaco”: “Cuando Eva duerme, Ramón Vela”. A éste, también extraordinario redactor, recordamos con cariño. Ramón Vela López también dejó huella en el Diario del Sur por su trabajo de muchos años. No menos importante fue el momento en que surge una pluma con estilo diferente, con una expresión que hacía alarde de acucioso investigador y acusador valiente cuando se trataba de publicar las verdades, por mencionar un ejemplo: un delegado de seguridad pública al que bautizó con el mote del "rey de los tormentos", me refiero al maestro Jorge Cárdenas Romero, a la fecha no sólo gran periodista, también excelente empresario.
En fin, hoy como ayer; muchos grandes que han decidido por el periodismo como su quehacer con todo y su ingratitud, su incomprensión y peligros, se merecen ser reconocidos en este Día de la Libertad de Expresión. ¡Muchas felicidades!